El reino de mi mundo

jueves, 3 de agosto de 2017

El tigre del infierno


El general está en su cabaña descansado habían batallado bastante y en el desierto de el único ser que se atrevía q decir alguna palabra era el silencio. Uno de sus subalternos pidió por él. Eran noticias de la contienda contra el General Lamadrid.  Dos de sus capiangos personales montaban guardia. El soldado se acercó. Era un gaucho conocido  entre las tropas. Ambos veían la cara marchita, y sin expresión de aquel hombre que luchaba al frente para el General Riojano. El tigre hoyo su llegada. Tenía la capacidad aguda de oír los pasos, y anticipar los ruidos de los caballos. Leer la mente. Así son los salamanqueros.
- Traigo noticias para, el jefe
- Dejen entrar al soldado – se escucha desde dentro de la cabaña
La guardia personal del General se abrió. No les quedó más remedio. El gaucho solo tenía un parte de los acontecimientos.
- General le hago entrega los papeles –
- Deme soldado.  Esta agitado. Por qué no bebe agua? Ha descansado?.
- No mi señor! – responde -
- Pues vaya a descansar nomas, tómese el día su cara me dice que ha combatido lo suficiente para ganarse una tarde completa en la pulpería.
- No precisa  mi señor nada de mí?
- Descanse,  y vea ese poncho está bastante herido!. Cómprese uno de mí parte, ya ha hecho suficiente. Puede retirarse. Veré estos papeles.
- Gracias mí señor!.
El hombre salió de la tienda calmadamente. Se había ganado el día. El tigre se pone analizar aquellos recados. Notas de buenos aires con un Rivadavia enfurecido con amenazas de deponer las armas. Otro sobre las bajas de aquel combate con el General Lamadrid. Dejó los papeles, y se sirvió un mate. Cuando durara todo? esto se decía. Él no quería problemas, sino que los problemas vinieron a él.
Se acuerda cuando se inició en el arte de la guerra. Era un joven. Su padre quería que se dedicase a los negocios. Culto como el solo le gustaba leer, pero el llano pronto vio la llegada del peligro y no tuvo más remedio que luchar.  Encarcelado en san Luis, defendió a sus carceleros contra la intentona real. Luego en el puesto su primer combate personal contra un Dávila arriesgado que murió en combate. Ya se había metido en este baile.
Las voces se corren en todo el litoral y al hijo de los llanos le temen porque saben que las brujas del norte le dieron la autoridad para aplacar a las masas con tormentas de vientos, maremotos de ríos, y enjambres de pestes, y  la vocinglería del enemigo que se avecina de imprevisto no son otra cosa que el miedo en carne propia.
Ahora el general se duerme. En él un sueño terrenal en medio del averno que siempre lo llama. Se despierta ya no en la carpa con su mate y sus papeles. Está en medio de una niebla espesa, llena de visiones que ríen y el saca su sable, el moro está a su lado como lo está bucéfalo para Alejandro magno o el corcel de Philotas. Es su amigo y su mayor confidente. Mucha de él aprendió eso.  El caballo está inquieto. Varios soldados aparecen y el desenvaina su sable corto, el Moro le indica con la pata izquierda que no se acerque el moro siempre tiene razón, pero el general no hace caso y se lanza contra aquellas almas. La primera lanza una estocada, pero la esquiva y da justo al pecho, otra arremete atrás, pero nuestro tigre muestra las garras agachándose oportunamente. Desde el cielo salta otro húsar tomando su espada con dos manos en dirección a la cabeza, este fintea hacia un costado y golpea con su puño la cara del demonio para luego enterrar su espada en el  corazón de la víctima. El último demonio se estira majestuosamente y corta con un ataque sorpresa la espalda de Quiroga. El moro  se arroja al soldado de la muerte y lo golpea. Los amigos están para ayudar. Quiroga se levanta mal herido y clava con un cuchillo que saca de su cintura para dar en la cabeza de aquel miserable.  Todos los demonios muertos se esfuman y un señor de negro aparece y aplaude con sus palmas en sonido de sarcasmo.
- Bravo, por usted general, Bravo! Ha cumplido su designio pactado
- Mi designio – Dice Quiroga – el moro comienza a refunfuñar y mueve la pata
- Calme a su caballo o tendremos que sacrificarlo
- Que desea?
- Lo que usted desea? Quiere ganar y pide ayuda y ahora nosotros se la dimos
- Si, y cuál es su petición
- Nuestra petición es que pueda vencer en este pozo. Cada vez que se lo requiera.
- Y sino cumplo?
- Mi buen amigo, usted ya ha firmado un pacto..  Mis tigres por su alma que luchara cuando lo disponga
- Entiendo. La  cueva ha sido la trampa mortal donde me han llevado
- Usted ha ido solo, nadie lo obligó a pactar por un regimiento
- Pues sepa que voy a rescindir-
- Mi amigo no es tan fácil.
- Eso lo dice usted. Estoy convenido a pelear una sola vez para no pelear toda la vida – Sentencia don Quiroga que desenvaina nuevamente su sable
El tigre decidido toma su espada y se lanza contra aquel hombre. Este se desvanece dejando una humareda. El moro hace un relincho y detrás del general el hombre golpea con una espada de fuego en su herida producida en el anterior combate contra aquel demonio. Ahora el hombre ríe, e intenta golpear al General. Este choca con su sable aquella llamarada y obliga con fuerza a llevar la espada de rojo calor y sangre de mismísimo mandinga. El general tenía ese valor reunido en un puñado de miedo más el coraje que lo llevaba a realizar cualquier hazaña cuando la vida depende de ello.
- Tiene agallas le grita mandinga
- Usted no me conoce, demonio del Hades. No sabe con quién se mete
- Usted tampoco – ríe jocosamente el mandinga
Ambos haciendo fuerza con sus sables. El general toma con su otra mano el cuchillo y estoquea en la cara del mandinga que de la herida del rostro sale fuego. Una luz grande se hace presente en medio de toda esa penumbra y neblina y el mandinga desaparece gritando:
- Esta vez estas libre Tigre, pero volveremos a encontrarnos.  El acuerdo no puede romperse como tampoco el orgullo de quien te habla.
La luz se hace más grande y los ojos del General de abren en una carpa semi - oscura. Estaba todo transpirado aquel hombre por la pesadilla que tenía un tanto de real. Se incorporó de la cama y se dirigió a tomar un poco de agua. Cavilo segundos en lo ocurrido. Él sabe que la felicidad se aumenta con el bienestar y se amengua con los padecimientos. Este era su padecimiento de haber cometido el error de pedir ayuda a quien no debía y ahora su divina conciencia le comentaba en voz tenue que su alma estaba presa de aquellas palabras y solo peleando por su vida podía lograr esa felicidad plena que siempre anheló.  Esa pesadilla lo invito de manera inverosímil a prepararse. La próxima vez podría ser la última.  Tomo las notas y ordeno un poco sus ideas.
Los unitarios volverían. Lamadrid no se quedaría impoluto ante una batalla perdida y mucho menos Rivadavia con sus seguidores. Sus forajidos y criminales podrían está a la retaguardia como grupo de asalto pensó. Algunos en este punto de la historia mencionaran su nombre en la barbarie como que solo un aliado de los poderes infernales puede ser parte de tal empresa. Y su estrategia no termina aquí. Los lanceros luego y por detrás otros grupos de gauchos con boleadoras. No cabía duda que Quiroga era muy receloso para armar su ejército y precavido. Aun así todo este armado militar era producto de aquel aroma de la pesadilla del infierno. No quería volver a incorporarse en la cama para no volver a tener otro encuentro, entonces a puro mate se puso a realizar tácticas de combate y leer un poco.  Los soldados de su guardia personal de capiangos infernales permanecían parados como centinelas en aquella carpa.  Tomo papel, tinta y su pluma y escribió luego unas cartas a su familia y luego otras notas con reflexiones. Solo un hombre que ha vuelto del averno puede expresarlas. El hombre con el poder depositado en aquel moro, corcel adivino que lo transformaba en el centauro al entrar en batalla. Las palabras vertían como la sangre en todo el sistema circulatorio. Entre ellas recordó sus dichos al mandinga, oración que llevaría por siempre selladas en una espada y en su alma ya putrefacta de azufre candente del pacto.
…(…)… criatura de la profundidad que todo lo reclamadas, veras que no cualquiera es cordero en tu matadero de fuego. Y la próxima vez en este mundo y en otro, otros, estoy convenido a  pelear una sola vez, para no pelear toda una vida.
 La pluma detuvo su movimiento majestuoso de aquel juramento, interponiéndose en la plana casi quemada por el tiempo entre la decisión de continuar o no. Y  se declaró inocente de todo el valor del universo. Prosiguió de tal forma, para dar fin aquella leyenda. Poco se sabe de la ambigua e inverosímil batalla interna que luchaba y de la que seguros todos también tenemos y no lo sabemos, y solo (si me permiten manifestarme) se supo que aquel hombre atormentado por el reuma jamás volvió a insumirse en el privilegio del sueño que los humanos poseen. Tal vez no estaba preparado aún, hasta que el día llego a barranco yaco a gran velocidad como si el diablo siguiera sus pasos para cobrarse la deuda. De su puño y letra firmó  para dar fin al mensaje. Firmado General Facundo Quiroga.

Diego Leandro Couselo.