El reino de mi mundo

sábado, 17 de junio de 2017

El día de las mariposas



Fue aquel febrero de 1984, cuando en la hora matinal la radio daba las noticias de aquel del día 12. Las primeras informaciones poseían el dato de las diferentes catástrofes, luego cuestiones de carácter político, y económico, y para concluir a la sección social, en el día de hoy la literatura contemporánea está de luto. Fallecía en el hospital de Saint Lazare en Paris, un escritor argentino. Mis oídos se agudizaron por la curiosidad. Al estar acostado en la cama, no discernía entre lo que puede llamarse realidad, y sueño. En principios creí por voluntad misma de negacionismo que llevamos dentro que era parte de una pesadilla. No lo era!, el locutor confirmaba una, y otra vez sus dichos radiales. Julio Cortázar había fallecido. Salte de la cama exaltado como cuando se sale de los cabales en una situación exaltante de pequeñas contracciones de nervios producto de la confrontación de sentimientos que se produce ante una información desagradable, como muchas que las hay, pero que suelen golpear al amor propio que tienen las personas.
Me incorporé nuevamente, y reflexioné con la vista al techo como quien necesita unos minutos de meditación. Me acordé de todos los cronopios habidos, y por haber, y el irreversible destino de las personas en el tiempo del cual dejamos vestigios de recuerdos.

Pensé en la mente de la persona que soy, en soledad, y su soledad, en el tiempo que nos conocimos, y que juntos continuamos hasta el día de hoy. De mi cajón de recuerdos, vino a mí, la fecha que dimos la primera cita en aquel café que frecuentaba julio. Éramos fieles compañeros de clases de la asignatura antropología en la facultad de filosofías y letras allá en la vieja calle Púan, en el horario de las siete de la mañana, al alba del día, y de los cuerpos convertidos en cadáveres que se alimentan de café. Compartíamos la misma desgracia de la persona que madruga, y fue el primer motivo de plática entre los dos. Luego vendrían  otros, y por último la invitación tímida de la salida. Llamada cita. Esa que arriesga a suerte, y verdad en anhelo del soldado valiente lleno de coraje a la batalla, o de un hombre ansioso que convida a una mujer a tomar algo.

Le contaba infinidad de cosas, y de ella venían infinidad de risas. Como historiador le armaba cuadros sinópticos entre lo que fue la civilización romana con la argentina a título de burla. Entre guerras de legionarios, de unitarios, y federales. De julio Cesar y de Juan F. Quiroga. Ella ya conocía mi manera de expresar, y lo transformaba en literatura como la escritora nobel que era, y es; y aparecía Julio y su rayuela, y fanatizada se compenetraba en el hecho de que la literatura argentina había tenido un quiebre, y ese quiebre era julio Cortázar cuando yo le reprochaba que Macedonio Fernández era el icono que modificó las narraciones. Por supuesto era una nimia venganza por insultar el honor de esos tótems de carne y hueso con expresarme que San Martin era el único que merece respeto, cuando el tigre de los llanos (aquel hombre bestia) fue quien luchó para completar una nación, y ella fiel sirviente de Sarmiento expresaba barbaridades de bárbaro. No te olvides le dije con locuaces palabras apuntando mi dedo al cielo en nombre del caudillo; no te olvides volví a expresar, que ese libro del sanjuanino era amor, y odio, y de la calumnia se explican las mayores virtudes de un hombre. Entonces me replico ella con una leve sonrisa, apuntando el dedo en aquel lugar en el cual Julio se sentaba cuando de joven escribía, que:….

Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé ser yo hasta que no pueda más… y se rió. Inmediatamente dijo:

Es lo que me gusta de ti!, guerreas con una retórica que no es ciega, porque, surge desde el interior del corazón. Y a capa y espada defendés a esos héroes tuyos como yo a este hombre.

Ambos sonreímos al cruzar nuestra vista en una mirada fija es ahí cuando me di cuenta de una verdad  que Cortázar manifestaba, y es que en la aritmética el dos nace del uno y del uno.

La primera cita fue entonces luego de lograr el equilibro de nuestros ojos, el primer beso, aquel contacto de presión labial cuya estimulación erógena produjo el intercambio de toda esa información relacionada a nuestra vida, y que al recibirla se determina si realmente quien lo transmite es aquella designada a formar parte de nuestro circulo interno, por orden divina del ser supremo. Si hubiera otra opción no sería tan perfecta como el fetiche del beso. En aquel canje de saliva viajaban innumerable cantidad de emociones, deseos, penas y compasiones. En aquella odisea un barco llegaba por fin al puerto de Ítaca, como llegar al amor luego de años de viajar creyendo encontrarse en destino, y parando en lugares equivocados. Nuestras cadenas de datos según la ciencia podían  llegar a ser perfectas. Sentencia extraña. No prestaban  atención  los hombres de la biología y la química, a estas palabras que mis teorías esbozan. Para los científicos, un beso era prueba, y error. No conozco mucho de ciencia, pero no creo que sepan nada de besar a una mujer. Sea, o no perfecta, no importa, importan otras cosas más fundamentales que solo el alma puede desbordar enfrente de una multitud explicando como maestro que se és.

Decidimos en adelante que de la mano nos guiaríamos. Uno puede perderse en el bosque, por eso recomiendo que no suelten la mano de quien los acompaña. Dos cabezas son mejor que una para afrontar con esperanza la vida, que como en tantas citas literarias se han manifestado. La vida misma defendiéndose. Algo que Soledad siempre me recalca como aquel deseo inconmensurable de encontrarse un día a julio.

- Sabes tengo mi libro de rayuela perfumado, y listo para que julio cuando venga me lo firme!

- Y que te hace pensar que va a venir, y justo firmarte un libro a vos Sole?. Hay tantas personas que quieren verlo?

- La esperanza. Eso Ernesto. La esperanza. – dice añorando con la desesperación de un niño recién nacido contento, como cuando va a dar un abrazo a su madre.

Asentí al ver como sus ojos brillaban mientras miraba a las calles de Buenos Aires desde el vidrio del bar  en la Av. De Mayo. Consentí con deseo, de que aquel sueño tan preciado se cumpliera, porque cuando uno percibe que la persona que ama es feliz, como un abrir, y cerrar de ojos, la misma en un efecto de enfermedad contagiosa se transmite, y el mundo parece más tolerable, y agradable para quien ve a los alrededores.

 

Terminaba de desayunar, y de cavilar los hechos pasados. La llamé por teléfono a su casa. Sonó varias veces aquel aparato. Me dí cuenta que no estaba en aquel lugar, como tampoco algún familiar para facilitarme algún indicio de ella. Luego de la noticia radial tenía que encontrarla. Después de verificar sopesando como en su interior ella era, se me ocurrió un único sitio en donde podría estar. Me dirigí aquel café como la primera vez en la Av. De Mayo de Buenos Aires que de calor estaba infestada. Al presentarme, mí conjetura era cierta, ahí se estaba sentada en la misma mesa, un café expreso, y un libro al lado de su bebida. Ojos rojos, y la cabeza gacha. Al entrar rápidamente me fui a donde ella estaba, y sin que se diera cuenta la abrace por detrás como nunca había abrazado a alguien. Ella puso su mano extendida en mi hombro, y acurrucó su cabeza soltando algunas lágrimas. Estuvimos el tiempo necesario para calmar, aunque sea un poco aquella tristeza.

- Sabía que ibas a venir aquí. Lo presentía – me dice con suma pesadumbre

- Me entere a la mañana! La leucemia fue.

- Si - Toma el libro y lo abraza fuertemente - . Y ahora?

- Y ahora nada!. –

Un silencio invadió el recinto en el cual dos personas se encontraban sin explayar palabras. Soledad se sentía sola, por lo que tome su mano acariciando cada dedo de ella. Es terrible la soledad pensé cuando se pierde un sueño. Solo pude decir ante tal situación lo que diría cualquiera que recibe el dolor, y trata de repelerlo:

- Cada vez sientas que alguien se va. No se va! por completo, queda algo de si en nosotros!

- Como es eso?

- Las palabras, la música, el arte no puede morir porque vencen al tiempo. Y la muerte por  más que quiera, no tiene manera de ganarle al arte, ya que es el amor como la cara de la vida, que nosotros le damos, por lo que julio nunca se ira!

Las palabras mágicas, hicieron que los labios de soledad se transformaran en gesto de alivio, y agarro mi mano fuertemente; de alguna manera se podía notar la mejoría. Luego de una buena catarsis de ella, pagamos la cuenta, y salimos por la puerta central a la calle. En ese instante algo maravilloso ocurrió. Desde el cielo aparecía una infinidad de puntos negros que a gran velocidad venían. Miramos con intriga hacia arriba. La ciudad, si la ciudad. Estaba plagada de mariposas, mariposas que iban, y venían. Mariposas de todos colores. Las personas quedaron estupefactas ante tal evento. Lo niños corrían para alcanzar con sus madres aquellos insectos. Los autos tocaban bocinas. Algunos ancianos señalaban el fenómeno. Soledad expreso que nunca una mariposa debe ser clavada, sino libre. Libre como lo eran ahora en aquel febrero 12 de 1984.

Juntos nos metimos en esa nube de bichos de colores para no perdernos tomados de la mano.

 

…(…)….

 

Han pasado una buena cantidad de años, y el pequeño Esteban me llama en cuanto estamos caminando por la avenida 9 de julio.

- Papa!, me dice señalando, mira! hay mariposas!.

Una se posó en el brazo de mi hijo, y voló radiante al cielo. Era un 12 de febrero como aquel año.

- Con tu madre vivimos un episodio parecido - le comente a mí niño.

 

Era muy chico pero no lo suficiente para conocer la historia. En la radio aquella vez, los científicos expusieron que una ola de calor en el aire, produjo aquel milagro de una migración de mariposas. Dios! mío!, estos tipos no saben nada. Es la necedad del raciocino de no ponerse a pensar un momento, cuando todos sabemos en nuestro carácter de románticos que en el fondo, ellas habían venido de muy lejos a la ciudad como un último réquiem para despedirse de Julio.

 

Diego Leandro Couselo

 
 

martes, 6 de junio de 2017

La niebla


 

La ciudad  comenzaba a recibir los primeros aullidos del cielo. Eran truenos pero no había indicio de lluvia. El amanecer se estaba haciendo presente, y una niebla producto del efecto climático se adentraba convirtiendo a todo un grupo de edificios (soldados de cemento que parados en fila, tienen en sus cuerpos minúsculas ventanas), en invisibles artificios humanos.  Los autos, poco a poco iban amontonándose en las calles céntricas a medida de que ese éter de color gris, se presentaba de forma notoria. La niebla no permitía visualizar nada en absoluto. Ni los cielos, ni la tierra. Las personas que caminaban, se perdían entre sí; algo totalmente extraño estaba por venir, ya que fue en cuestión de horas  que la bruma se instalaba junto a los seres con el espeso cuerpo concentrado de partículas de aire cálido saturados.  Del primer razonamiento que de la cabeza de los hombres provenía, se conjeturaban infinidad de ideas, ante la situación de recibir el alerta  de lo que ocurría. Se plantearon entonces hipótesis que no llegaban a ningún puerto. 

Entre las opciones solo cabía la de aquellos, seres perdidos que caminasen palpando el suelo difuso. Un plano de tierra de forma irregular, superficie terrestre. Ni luces, ni el día permitía la sensación de poder observar que había más allá.  Se presentaron entonces los accidentes de la vida cotidiana, a raíz de la falta de visión, proveniente del gas que la ciudad adquiría con el alba. Algunas voces de gritos despavoridos guiaban a las ambulancias, y con ello a las personas encargadas de la seguridad pública.  El proceso del advenimiento de aquel vapor, que repito se volvía más denso,  ingresaba en una suerte de condensidad pastosa que evolucionaba en tiempo reducido, dando vida a las formas más insólitas en las mentes de la población activando el nervio sensitivo del miedo que desde su interior expiraba la adrenalina. 

La secreción  de los cuerpos fue el fruto de un jugo que recorría el cuerpo como suerte de transpiración, que llego al extremo con el pánico y la desesperación. Ambas palabras que existen en el diccionario, y que hoy en día no tiene manera de aplacarse ante hechos de tal magnitud.  Pocos eran los humanos que habían podido llegar a destinos determinados: trabajo, hogares, transportes, etc.  El resto era parte del desconcierto, que en las calles estaban como los muertos vivientes que siempre fueron con apoyo de la tecnología, y el individualismo del ego, en su yo más popular, solo que ahora la verdad se les ha dicho de imprevisto, presentándoles en el yugo de un laberinto totalmente diferente al que solían estar con una salida fácil.  Dicho sea de paso. Solo la evolución puede determinar la supervivencia.

Desde el amanecer,  hasta el atardecer supuesto, la situación continuaba en la ciudad. Los perros, y otros animales sabios en sus sentidos eran los únicos que podían descifrar a partir de un mapa  sensitivo que los ubicaba. Fortuna de los humanos poseían, pero no lo sabían.  Un sin fin de personas ante el horror de no poder regresar de dónde venían, no tenían otra opción que seguir vagando por las calles yendo y viniendo sin dirección determinada. La noche se hizo presente entonces, y aquí radica la mayor de las tragedias. Cuando todos sabemos que ella es aliada de los oscuros  pensamientos. El horror de ser atacado por la nada misma en aquel limbo de vapor.  La gran mayoría gateando como bebes se comunicaba por voces, pero ellas tenían el agravante de que las resonancias de sonido entre emisores y receptores eran ambiguas, y el eco de los llamados de auxilio, nombres, preguntas, y respuestas se perdía entre la capa gris.  Era la onírica sensación de encontrarse perdido, algo que ni siquiera los ciegos de nacimiento, expertos en sensibilidad de los demás sentidos, conquistar.

Habiendo transcurrido el primer día. Al recibir un nuevo amanecer, obligó a la autoridad estatal ante la imposibilidad de poder brindar ayuda, una inmediata decisión: decretar el estado de Sitio, y con ello un toque de queda rápido que solo se pudo transmitir desde la casa principal al pueblo por los medios que aún podían informar, que no eran otros que la frecuencia de Radio. Ahora la niebla había ingresado a las casas, y demás establecimientos. La ceguera era total. Recordemos que aquel aviso del estado era para evitar un estallido social de la población. No se luchaba contra un grupo de insurgentes, sino que la fuerza de choque era nada más que eso.  Un fenómeno de la naturaleza incontrolable del cual no encontraban explicación científica. Y la radio daba las órdenes a los oídos del todo el planeta, para poder aplacar un poco el desconcierto con soluciones mentirosas.

-          Recomendamos a las personas quedarse en su casa. por emergencia hasta verificar que la niebla comience a descender. Repito se recomienda que las personas mantengan la calma y se queden en sus casas!!!.

En resumen: el estado no tenía por el momento solución, aunque era más factible engañar al populacho con aviso reiterados para generar calma como lo hacen siempre. Al final de cuentas era solo una manera de desaparecer ante el desastre que se avecinaba. Era normal para un estado marcharse en situaciones límite. Con relación a los seres humanos ocurría lo siguiente, nadie podía moverse de sus sitios, y quienes lo hicieron no sabían en medio de la nada, en qué lugar se encontraban. Jamás pudieron salir, ni regresar.

De a poco pasaron los días, y con ellos ocurrieron las bajas. Los enfermos, ancianos, niños perdidos. El hambre, la sed eran dos caras de una moneda. Grupos, y grupos de ayuda. Buenos y malos. Bandidos asaltando. Abusos, hurtos, robos. Religiones creadas por ateos, e ideologías racistas que se bifurcaban en un genocidio, y etnocidio. La ley de la selva era el único medio para la condición humana ante la desesperación; enfermedad de la psiquis que llevo a la mayor parte de la población a probar sus miserias ante la pérdida de toda visualización externa.

Pasaron los años, y el mundo que hoy conocemos, es ahora, sólo, un vasto páramo de ciudades, fusionadas con la naturaleza de las plantas y animales. Hay una sola persona que aún puede relatar el hecho. Está sentado en un bloque de piedra  de cierta construcción de lo que fue la civilización humana. Tiene un bolígrafo y un cuaderno, se pregunta si hay alguien como él,  y de vez en cuando grita con todas sus fuerzas al exterior de la pared gris; al lado suyo la cura de todos los males, su perro. Su lazarillo. Los únicos ojos que podrán ver lo que muchos no pudieron y tampoco supieron.

 

Diego Leandro Couselo

sábado, 3 de junio de 2017

El que escucha

 
Y lo cierto es que un día sin querer se dio cuenta que para las malas cuestiones que le planteaban los terceros estaba presente en carne y mente, pero nunca supo porque lo estaba. El solo estaba. Escuchaba atentamente cada palabra hasta convertirse en uno de esos que presta sus sentidos a quien lo precise. Jamás supo la razón solo oía y reflexionaba un instante para dar un respuesta certera de la situación. Pero nunca lo supo. El solo estaba para sacar de los laberintos de problemas a las almas en pena. Para percibir ese dolor. Quizás ese era el destino de quien escucha. Tarde o temprano lo supo. No obstante recibía ese sufrimiento ajeno como propio .Lo guardaba en su interior como una maleta de papeles viejos. Se dio cuenta así que ese era su motivo para seguir en un mundo de desolación donde todos precisan unas palabras de aliento. De todas formas estaba un tanto cansado de ese empréstito que los dioses le habían otorgado. Escuchaba sin ser escuchado y su padecer no era otra cosa que una resignación. Decidió entonces abandonar. Al tiempo miles y miles de masas de oprimidos comenzaron a tocar su puerta. Reclamando con los gritos que eran incesantes, y no aguanto y se escapo. Intento esconderse en lo más oscuro del planeta para no ser molestado. Igual era imposible huir, el propio pecho lo oprimía por actuar con egoísmo y es que cuando se tiene una misión no hay mas razón que cumplirla. El dolor lo consumía en todas sus entrañas. Día y noche pesadillas lo atormentaban. Quien escucha el desconsuelo de otros, mal lo padece. Y la realidad es que no había sustituto. No cualquiera podía realizar ese trabajo. Entonces se vió obligado a volver y vagar por siempre con ese don o mejor dicho condena. Condena digo, no por el hecho de escuchar sino por la cuestión de que ese que escucha jamás será escuchado. 
 
  Diego Leandro Couselo