La ciudad comenzaba a
recibir los primeros aullidos del cielo. Eran truenos pero no había indicio de
lluvia. El amanecer se estaba haciendo presente, y una niebla producto del
efecto climático se adentraba convirtiendo a todo un grupo de edificios (soldados
de cemento que parados en fila, tienen en sus cuerpos minúsculas ventanas), en invisibles
artificios humanos. Los autos, poco a
poco iban amontonándose en las calles céntricas a medida de que ese éter de
color gris, se presentaba de forma notoria. La niebla no permitía visualizar
nada en absoluto. Ni los cielos, ni la tierra. Las personas que caminaban, se perdían
entre sí; algo totalmente extraño estaba por venir, ya que fue en cuestión de
horas que la bruma se instalaba junto a
los seres con el espeso cuerpo concentrado de partículas de aire cálido saturados.
Del primer razonamiento que de la cabeza
de los hombres provenía, se conjeturaban infinidad de ideas, ante la situación
de recibir el alerta de lo que ocurría.
Se plantearon entonces hipótesis que no llegaban a ningún puerto.
Entre las opciones solo cabía la de aquellos, seres perdidos que caminasen
palpando el suelo difuso. Un plano de tierra de forma irregular, superficie
terrestre. Ni luces, ni el día permitía la sensación de poder observar que
había más allá. Se presentaron entonces
los accidentes de la vida cotidiana, a raíz de la falta de visión, proveniente
del gas que la ciudad adquiría con el alba. Algunas voces de gritos
despavoridos guiaban a las ambulancias, y con ello a las personas encargadas de
la seguridad pública. El proceso del
advenimiento de aquel vapor, que repito se volvía más denso, ingresaba en una suerte de condensidad
pastosa que evolucionaba en tiempo reducido, dando vida a las formas más
insólitas en las mentes de la población activando el nervio sensitivo del miedo
que desde su interior expiraba la adrenalina.
La secreción de los
cuerpos fue el fruto de un jugo que recorría el cuerpo como suerte de
transpiración, que llego al extremo con el pánico y la desesperación. Ambas palabras
que existen en el diccionario, y que hoy en día no tiene manera de aplacarse
ante hechos de tal magnitud. Pocos eran
los humanos que habían podido llegar a destinos determinados: trabajo, hogares,
transportes, etc. El resto era parte del
desconcierto, que en las calles estaban como los muertos vivientes que siempre
fueron con apoyo de la tecnología, y el individualismo del ego, en su yo más
popular, solo que ahora la verdad se les ha dicho de imprevisto, presentándoles
en el yugo de un laberinto totalmente diferente al que solían estar con una
salida fácil. Dicho sea de paso. Solo la
evolución puede determinar la supervivencia.
Desde el amanecer,
hasta el atardecer supuesto, la situación continuaba en la ciudad. Los
perros, y otros animales sabios en sus sentidos eran los únicos que podían
descifrar a partir de un mapa sensitivo
que los ubicaba. Fortuna de los humanos poseían, pero no lo sabían. Un sin fin de personas ante el horror de no
poder regresar de dónde venían, no tenían otra opción que seguir vagando por
las calles yendo y viniendo sin dirección determinada. La noche se hizo
presente entonces, y aquí radica la mayor de las tragedias. Cuando todos
sabemos que ella es aliada de los oscuros pensamientos. El horror de ser atacado por la
nada misma en aquel limbo de vapor. La
gran mayoría gateando como bebes se comunicaba por voces, pero ellas tenían el
agravante de que las resonancias de sonido entre emisores y receptores eran
ambiguas, y el eco de los llamados de auxilio, nombres, preguntas, y respuestas
se perdía entre la capa gris. Era la
onírica sensación de encontrarse perdido, algo que ni siquiera los ciegos de
nacimiento, expertos en sensibilidad de los demás sentidos, conquistar.
Habiendo transcurrido el primer día. Al recibir un nuevo
amanecer, obligó a la autoridad estatal ante la imposibilidad de poder brindar
ayuda, una inmediata decisión: decretar el estado de Sitio, y con ello un toque
de queda rápido que solo se pudo transmitir desde la casa principal al pueblo
por los medios que aún podían informar, que no eran otros que la frecuencia de
Radio. Ahora la niebla había ingresado a las casas, y demás establecimientos.
La ceguera era total. Recordemos que aquel aviso del estado era para evitar un
estallido social de la población. No se luchaba contra un grupo de insurgentes,
sino que la fuerza de choque era nada más que eso. Un fenómeno de la naturaleza incontrolable
del cual no encontraban explicación científica. Y la radio daba las órdenes a
los oídos del todo el planeta, para poder aplacar un poco el desconcierto con
soluciones mentirosas.
-
Recomendamos
a las personas quedarse en su casa. por emergencia hasta verificar que la
niebla comience a descender. Repito se recomienda que las personas mantengan la
calma y se queden en sus casas!!!.
En resumen: el estado no tenía por el momento solución,
aunque era más factible engañar al populacho con aviso reiterados para generar
calma como lo hacen siempre. Al final de cuentas era solo una manera de
desaparecer ante el desastre que se avecinaba. Era normal para un estado
marcharse en situaciones límite. Con relación a los seres humanos ocurría lo
siguiente, nadie podía moverse de sus sitios, y quienes lo hicieron no sabían
en medio de la nada, en qué lugar se encontraban. Jamás pudieron salir, ni
regresar.
De a poco pasaron los días, y con ellos ocurrieron las
bajas. Los enfermos, ancianos, niños perdidos. El hambre, la sed eran dos caras
de una moneda. Grupos, y grupos de ayuda. Buenos y malos. Bandidos asaltando.
Abusos, hurtos, robos. Religiones creadas por ateos, e ideologías racistas que
se bifurcaban en un genocidio, y etnocidio. La ley de la selva era el único
medio para la condición humana ante la desesperación; enfermedad de la psiquis
que llevo a la mayor parte de la población a probar sus miserias ante la
pérdida de toda visualización externa.
Pasaron los años, y el mundo que hoy conocemos, es ahora,
sólo, un vasto páramo de ciudades, fusionadas con la naturaleza de las plantas
y animales. Hay una sola persona que aún puede relatar el hecho. Está sentado
en un bloque de piedra de cierta
construcción de lo que fue la civilización humana. Tiene un bolígrafo y un
cuaderno, se pregunta si hay alguien como él,
y de vez en cuando grita con todas sus fuerzas al exterior de la pared
gris; al lado suyo la cura de todos los males, su perro. Su lazarillo. Los
únicos ojos que podrán ver lo que muchos no pudieron y tampoco supieron.
Diego Leandro Couselo
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